Amanecer de otoño. Un haya recibe las primeras luces del día.
Infernuko Erreka, Baztan, Navarra, Nafarroa.
Soñé en un amanecer dorado de
noviembre. Soñé con una haya de grandes brazos tapizados de musgo, imposibles
equilibrios verdes sobre un fondo de oro. Soñé con un cielo colmado de grullas
que se escapaban al sur formando una sonrisa sin ojos en un cielo azul cobalto.
Soñé con la transparencia cuajada de sus trompeteos, de los reclamos de los
petirrojos entre los brezos, de los lejanos rumores del agua por doquier. Soñé
con un viento sur, cálido y agradable, que preñaba el cielo con hojas
volanderas, incomprensible anarquía que eleva
el alma y se la lleva. Soñé con un sol descarado que teñía de amarillo todo lo
que tocaba, un sol que componía melodías de luz en el pentagrama del paisaje
sereno. Soñé contraluces, reflejos y armonías, brillos y sombras que bailaban
al son del silencio. Soñé espejismos entre hojas abrasadas, soñé hojarascas
aventadas, soñé arboledas rubias, altas como volcanes de lava inofensiva y
pacífica. Me soñé cobijado por tanta belleza, amparado. Y desperté.
Esta mañana apareció esta foto en
la pantalla de mi cámara de fotos. No estaba en mi memoria, solo en mis sueños.
En otoño los sueños se convierten fácilmente en recuerdos. Y viceversa.
Juan Goñi
Fragile Majesty / Eric Tingstad y Nancy Rumbel
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