Temblando. Sus hijos.



 Basaburua -Navarra/Nafarroa
Por Ángel Villaba

El otoño es una pequeña bailarina que salta de árbol en árbol, del valle a la montaña, por los regatos ocultos, por los paisajes de mundo. Volatinera, sonríe mientras gira y gira. Y pinta con sus zapatillas, y con su pequeña varita mágica que termina en una estrella de brillantina. Tiene alas de mariposa y una coronita de escaramujos recoge su cabello amarillo como la paja del trigal ya cosechado. Viste ropajes blancos como la nieve en la cima de las montañas. Sus manitas regordetas le hacen cosquillas al viento, que se parte de la risa. Y con sus ojos grises tiñen el cielo a  golpe de miradas asombradas. La niñita va hasta el mar y se trae los bolsillos llenos de chaparrones destemplados.  Y después los derrama por esos mundos y por esos paisajes que solo ella conoce. Y un día, el menos pensado, se sienta a la vera de un sendero olvidado, o en una playa encantada y solitaria, y disuelve su mirada en las brumas de los bosques o ante el océano infinito; y cavila, recapacita y sosiega el corazón hasta casi detener los latidos y los suspiros. Se le decoloran las alas de mariposa y sus colores se dispersan por el mundo. Y vierte su sangre sobre los arces, y sus lágrimas sobre los ginkgos, y sus caricias peinan los hayedos sin fin de mi tierra y de mi corazón. 


Y al final de su vida, convertida ya en la Madre, derrocha sus últimas fuerzas para recorrer la pradera. Y vierte entre la hierba sus embriones y sus comienzos, que serán las flores de mayo. Irradia todo el amor que la compuso y lo hace nevar por todos los derredores, por todas las esferas, por todos los escenarios, por todas las realidades. Y se derrite entre belleza emocionada. Y busca un rincón en los límites del mundo. Y allí se deja morir despacio, mientras acaricia sus pies doloridos, mientras se lame las alas amputadas, mientras se acicala los ropajes desgastados, mientras pierde el cabello a raudales. Oleadas de hormigueros, ríos rojos y aludes de hermosura atavían los instantes previos. Cataratas de miradas asombradas la ven morir entre los sauces, y se le caen los abedules por torrenteras de luz que se apaga. Ráfagas de acebos, tropeles de nueces, castañas y hayucos, hojas que vuelan sin mirar atrás, que navegan al son de los últimos estertores de la Madre que muere. 


Y a su vera, sus hijos.
Temblando.
Sus hijos. 

Y mientras la bandera de su triunfo ondea en el vértice del Universo. Inextinguible.

Juan Goñi

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