Arroyo en Belate, por Felipe Noguera.
El bosque amanece un día más con
un despertar suave, brumoso, dócil. El regato canta pacíficamente, siempre
igual, siempre otro. Se alimenta de mil millones de gotas que destilan los
musgos por doquier, por el agua que resurge de sus viajes subterráneos, de la
niebla que resbala por el mundo alrededor. Pero por lo demás el bosque es una
temible sima de silencio. Algún mirlo asustado, quizá, que corta el silencio
con la tijera apresurada de su trino que huye. O el “chack chak” del petirrojo omnipresente.
Hay que escuchar mucho para oír al bosque respirar. Hay que concentrarse y absorberse
para escuchar la tímida respiración de las hayas y de los robles, o los cantos
invernales de los acebos repletos de promesas. Del tejado de la arboleda siempre
se escurren goteras purificadoras que golpean la hojarasca al caer, como el tic
tac desordenado del único reloj sincero. Cuando todo es tan silencioso,
entonces es cuando habla el bosque que llevo dentro.
Palabras que se volatilizan sin
siquiera ser pronunciadas. Sentimientos que necesitan volar y se transforman en
voces, voces que no serán pronunciadas, párrafos que nunca se oyen en las
soledades de mis bosques, señales que solo mis árboles comprenden. Y ellos, mis
árboles y mis musgos, mis helechos y mis arroyos, el sendero que aquí me trajo y
la niebla tenue, todos ellos me abrazan porque conforman para mí los paisajes
de los que vivo y me alimento. Y me acomodan entre los demás, y acceden a mi
presencia y a mis lágrimas destempladas. Me adoptan y acarician, y halagado me
pierdo entre mis meninges y mis ojos entornados, tolerando el frio y sus
rigores.
Las últimas hojas, blancas de
hielo, caen como copos, bailando con la bruma, entre las ramas retorcidas y desnudas.
Y yo, de tanto escuchar, me vuelvo desde dentro y se me sale el alma por los oídos.
Y me desgarro para que mi dentro sea mi fuera, y para que se abrigue mi piel. La
envoltura, a veces, también necesita ponerse a cubierto de tanto invierno.
Juan Goñi
Foto: Arroyo en Belate, Navarra, Nafarroa, por mi amigo Felipe Noguera; sublime como fotógrafo, soleado, siempre soleado como amigo. Gracias Felipe por tanto arte y tanto sol.
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