Gartzain, Baztan, Navarra - Nafarroa.
Después de todo solo buscaba tu
abrazo. Una vez más, tu abrazo. Ese que nos hacía temblar de pies a cabeza. Ese
que se da con los ojos cerrados. Ese que me abriga el alma. Ese que disipa el
miedo que a veces me atenaza. Ese abrazo que tanto afirma de ti y de mí, ese
durante el cual casi todo vuelve a tener sentido.
Y mis pasos me llevaron a mis
paisajes, y mis recuerdos a evocarte. En el silencio de la campiña helada las
resonancias de tu ausencia eran un clamor. Es mejor callarse ante tanto
estruendo silencioso. Me apoyé en el murete frio y esperé. El alboroto no me
dejaba escuchar la modesta quietud del campo. Sosegarse es indispensable si
quieres entender algo así que dejé que la calma del paisaje me invadiera poco a
poco. Unas chispitas de hielo viajaban en los espacios quietos. En esos
instantes recordados el silencio comparece y se declara la paz. Y las memorias
van enmudeciendo, porque también ellas quieren escuchar lo que el silencio no
dice. La belleza todo lo dice, invariablemente en silencio casi absoluto. Solo
el chasquido de un inquieto petirrojo que me rondaba desde hace un rato. Solo
el maullido lastimero de un milano solitario que planeaba entre las delicias
transparentes del grandioso panorama detenido. Y mis ojos, que volaban con él,
o saltaban entre las zarzas cuajadas de nieve, o se posaban con delicadeza en
el árbol solitario y desnudo que se yergue en medio del prado blanco.
"Aquí estoy", me dije
para no olvidarme de nada. "Aquí y ahora estoy".
Las campanas rasgaron la
atmósfera y cantaron despacio las diez. Lo sé porque conté lentamente cada tañido
mientras sus ecos se perdían entre bosques y caseríos. Diez pulsos en el
electrocardiograma de un paisaje que proclama la paz.
Y el milano siguió planeando
suave, como una cometa que silba; pincel vivo que vuela y dulcifica el paisaje.
Y el petirrojo siguió crepitando entre los arbustos de merengue. Y una vaca
mugió lejos. Y yo seguí añorando tu abrazo entre tanto frio, pero ahora con una
añoranza mansa y serena.
Cuando el paisaje habla es
imperioso guardar silencio. Tú sugieres el sujeto, y la vida alrededor te
devuelve el verbo y el predicado. Y como no quería olvidarme de lo que el
silencio me dijo, saqué la cámara de fotos y disparé. Y seguí caminando por la
campiña solitaria. Una ínfima gotita de agua resbalaba por mi mejilla; quise
pensar que solo era una inoportuna chispita de nieve.
Y el petirrojo continuó
murmurando sortilegios a mi espalda. Y se quedó allí, en su casa blanca y
quieta.
Juan Goñi
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