Si yo pudiera...





Si yo pudiera contarte el tacto del musgo húmedo, el olor a tierra mojada, a sauco; el olor a vida al rededor. Si yo pudiese llevarte unas pinceladas de estas brumas eternas, o el sonido sordo y desordenado de las goteras que las hayas destilan aquí y allí, el extraño trinar de los cencerros lejanos, los mil reclamos de las aves que me persiguen…

Si yo pudiera contagiarte esa forma que tiene la hojarasca de hundirse bajo mis botas, ese crujir de mil pequeñas ramas que se rompen a mi paso; esparcir por tu memoria el color de las viejas hojas de haya, arremolinadas por doquier, esas hojas que esperaron un otoño y esperarán mil más. Si yo pudiese divulgar por tu mundo la serenidad que me invade al observar el vuelo del buitre, el planeo del milano, las cabriolas aéreas del herrerillo, que, como siempre boca abajo, se alimenta en el haya que me cobija…

Si yo pudiera narrarte al bosque y sus palabras, sus historias grandes y pequeñas, sus canciones sin final, su paciencia infinita, su forma de amarme cuando me tiene dentro… Si yo pudiera expandir esta entelequia incomprensible, este “no acabar nunca” tan del bosque, este deseo incalculable de ser de aquí y de quedarme aquí. Si yo pudiese medir de algún modo la espiral asombrosa de belleza y vida que emana de la arboleda inacabable…

Si yo pudiera infectarte con este virus vital e inocente, de este germen pacífico, de esta obsesión tan mía de meterme dentro todos los bosques que amo…

Si pudiera callarme contigo ante el verde sin final, y mirar profundo esas arboledas que te componen, y meterme allí para siempre. Si me dejaras acariciar tu piel húmeda hasta no distinguirla jamás del musgo, y oler tu cuello, tan de árbol. Si me dejaras respirar tu cabello al viento, divagar por tus curvas tan de madre, tan de tierra, tan de Tierra Madre. Si yo pudiera beber de ti, y saborearte, y con ello sanarme, y convertirme también yo en arroyo, afluente tuyo, y los dos del bosque. Si aún pudiésemos emboscarnos juntos para ser, quizá definitivamente, seducidos por los espacios sin final del bosque, tan acogedor, tan útero. Si pudiese coincidir contigo en este dulce “estar cautivo” entre ramas y boscajes, entre trinos y nubes, entre aguas y tierras…

Si nos dejáramos llevar…

¿Y si nos fuéramos para siempre, escondidos en las alas del tiempo…?

Juan Goñi

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