Ocaso, Camino de Gorramendi, Baztan, Navarra, Nafarroa.
Cuando te sabes parte de una insigne minoría, ¿qué mayor triunfo que huir?
El mundo rueda y rueda hacia lugares que ni conozco ni reconozco. Cada vez más rápido, más alocado, más insensato e insensible. Solo en el silencio reconozco la esencia de lo que me permite seguir. Por desgracia los berrinches por doquier no hacen sino herirme cruelmente. Todos los senderos de conciencia parecen extenuados. Aún guardan sus pasos, aún sus sorpresas escondidas tras los brezos que muerden. Pero permanece en silencio la ternura y las adhesiones se disuelven entre tanto griterío. Las palabras, cada vez más, son palancas que se meten con rencor en las grietas, palabras para romper afectos y reventar con saña la benevolencia y la compasión.
Huir, escapar de tanta inquina. Desertar del odio. Y aventarse con la brisa por este atardecer de almíbar. Dejarse apresar por los leves olores a otoño y a paz. Aparearse con dulzura con los livianos sonidos del mundo sereno. Acostarse con el sol más allá del horizonte y dejar que las pupilas reposen en las distantes lejanías de la propia identidad. Sentir con deleite el frescor de la noche que avanza, y creer a pies juntillas lo que el petirrojo predica desde el espino retorcido. Reparar en lo cercano y lo lejano yéndose y volviendo, como el Sol. Abrigar con denuedo esperanzas mientras mi mirada se escapa con el vuelo planetario del último milano. Desgobernarse como se desgobierna el cabello amarillo de mi hayedo, y resbalar por la realidad para que la realidad no nos devore. Soñar mientras medito fantasías, delirar con anhelos sin codicia y reposar para siempre bajo la caricia detenida del musgo y del dócil viento sin fronteras.
Pienso en no volver, pero fracaso. Aún me atan afectos insoslayables. Aún hay amarras vigorosamente anudadas al cariño, aprecios tiernos que atender, armónicas amistades que merecen custodia y entusiasmo. Fijo el rumbo y regreso a puerto, a la porquería por doquier del muelle al que amarro de nuevo mi cansado bajel de sueños limpios. Y echo pie a tierra mientras se me caen los atardeceres entre las costuras del alma. Y mis silencios, amputados de nuevo con crueldad. Y la paz, arrastrada con escarnio por la bazofia vacía y hueca de un mundo que me odia porque me envilece.
Huir, hoy, es un acto de heroísmo.
Juan Goñi
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