Tropecé con el otoño...

Nadando en las honduras del otoño, 
frente a ese haya a la que tanto amo. 
Por mi amigo Felipe Noguera.


Y mañana empieza el otoño. Así de sencillo. Y otra vez me pilla despreocupado, pensando en mis cosas, enamorado como un niño de la Vida y sus sorpresas. El sol se deja vencer poco a poco por la noche de secretos y pájaros dormidos. Las hojas se preparan para su viaje a la eternidad del olvido. Dejan el color en las ramas y se marchitan como pétalos muertos en la flor de la certeza: Todos venimos para irnos.

El cielo se llena de alas viajeras y el suelo de hongos de cuento. El horizonte se pinta con los mejores ocasos del año y la Madre Tierra se abre en canal para recibir el generoso esperma del bosque: Bellotas y hayucos, nueces, manzanas, avellanas y castañas. Algunos árboles y arbustos prefieren alimentar a las aves para que ellas transporten su simiente lejos, muy lejos: higos, uvas, arándanos, frambuesas, moras, acebos, majuelas: ¡Muchos son los árboles que vuelan antes de nacer!

Porque ahora, en el otoño, la vida retoña y todo vuelve a comenzar. La vida sabe volver a empezar. La vida no es más que la renovación permanente. La Natura pare millones de experimentos por segundo. Ahora dota de un seductor aroma a las flores. Ahora enseña a volar a las aves. Ahora colma de color las alas de las mariposas. Ahora concede sensibilidad a sus hijos humanos… Una de sus más fascinantes ocurrencias es la del otoño. Ese recomenzar, ese renovarse desde el principio es la más delicada cordura; es la ingeniosa manera que tiene el Mundo de hacerse eterno.

También el amor es un invento de la Natura en su afán de persistir. El amor incumbe a la práctica totalidad de los seres vivos superiores, porque la vida eligió hace millones de años la cooperación en la reproducción. Pese a que en un principio parece más práctica la reproducción asexual, los billones de pruebas y errores que la Natura ha realizado a lo largo de los últimos 3.500 millones de años demuestran que la colaboración en la reproducción aporta muchas más ventajas que perjuicios.

Hace un millón de años, dos seres vivos dotados de sensibilidad se miran a los ojos mientras copulan: dos seres vivos dotados de empatía, de solidaridad mutua. Dos seres vivos que cooperarán decididamente en procurar la supervivencia de sus genes, y por lo tanto de su descendencia. Quizá en ese acto de entrega mutua la Naturaleza inventó el amor. Porque, no lo dudes, el amor es un invento de la Vida. Como el otoño.

Hoy tropiezo con el otoño enamorado que me enamora. Me lo encuentro tras la esquina de estos soleados días disfrazados de agosto. Tropiezo con él esta mañana cuando, en la lejanía, el bosque me llama a gritos dorados y rojos. Y entonces dejo razones, lógicas y enjundias en el ropero y me lanzo desguarnecido al amor de sus sabios consejos. Y mientras me acuna me acuerdo de ti, hoy tan cerca… tan cerca del mar, tan lejos de mi.

PD: Nace la Primavera al otro lado del planeta. Si fuera pájaro me iría con ustedes, amigos míos del otro lado. ¡Feliz Primavera, Sur del Mundo!

Juan Goñi

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