Erronkari, Roncal, sestea
tranquilo al sol todavía duro de octubre. Es este uno de los siete pueblos
(Roncal, Burgui, Isaba, Vidángoz, Garde, Uztárroz y Urzainqui) que conforman el Valle del mismo nombre. Valle
con profundas raíces históricas, habitado por gentes que han defendido a lo
largo de la Historia sus peculiaridades, sus tradiciones y sus modos de vida.
Erronkari es un precioso pueblo,
con calles estrechas y empedradas, que, empinadas, alzan al paseante hasta la
iglesia de San Esteban. Desde el atrio de este templo, recio y poderoso, se tiene una bonita
panorámica del pueblo y sus alrededores. En el trayecto encontramos varias casas
señoriales de bella factura.
Aquí nació Julián Gayarre el 9 de
enero de 1844, tenor prodigioso, que llevó el nombre de su pueblo y de su valle
por los teatros y auditorios más importantes del mundo en aquella época. Julián no olvidó nunca el amor a su pueblo, y
financió la construcción de las escuelas y del frontón. Un poco más allí, en el cementerio, encontramos
el precioso panteón del tenor navarro, obra del escultor valenciano Mariano
Benlliure.
Una de los joyas que Erronkari
atesoró durante milenios fue su euskera, el “uskera roncalés”. Probablemente es
esta la variante más antigua y arcaica de la lengua más antigua de Europa. Por
desgracia, en 1967 falleció en Izaba la última persona que hablaba y escribía
el uskera: Don Ubaldo Huarte. En 1992 murió en Uztarroze (Uztárroz) la última
persona que lo habló, Doña Fidelia Bernat, acabando así la lenta agonía de un
dialecto que nunca debió morir. Decenas de personas, a lo largo de los últimos
años, se esfuerzan por recuperar las viejas palabras, la cultura milenaria de
este Valle cuya esencia se destila en su forma de comunicarse.
El Valle de Roncal es, al menos desde el año 882, el primero de los
merecedores del uso y disfrute de los pastos bardeneros. Por ello, durante estos
mil doscientos años, los pastores roncaleses han pasado los inviernos alejados
de las nieves invernales de sus montañas, en la durísima estepa de Bardenas,
donde pese a las extremas condiciones ambientales, encontraban las ovejas
roncalesas el alimento que les permitía subsistir a los meses más fríos. Es por
ello que la trashumancia está entre las tradiciones con más arraigo de estas
gentes.
Las almadias, las barcazas de
troncos con las que los roncaleses sacaban la madera del Valle, también forman parte
de la idiosincrasia de estos lugares. Todavía hoy se recuerda a aquellos
navegantes de agua dulce, que bajaban por el rio Esca y después por el Aragón,
jugándose la vida entre remolinos y rápidos turbulentos.
La Naturaleza entre estas montañas
es simplemente apabullante. En Roncal tenemos el Valle de Belagua, en único
valle glaciar del Navarra. También la Reserva Natural de Larra, que con sus 120
kilómetros cuadrados es la Reserva Natural más grande de Navarra, y una de las
zonas kársticas más extensas de Europa. Dentro de Larra está la Reserva
Integral de Ukerdi, un verdadero paraíso pirenaico. Allí, cerca del denominado
Rincón de Belagua, encontramos la Reserva Integral de Aztaparreta, un
majestuoso hayedo abetal, considerado por muchos como el bosque mejor conservado
del Pirineo. El recóndito y silencioso Valle de Belabarze o Mintxate y su pequeña
Foz son, a mi parecer, dos de los lugares más bellos de Navarra.
En los cielos roncaleses no es
difícil ver la estampa del escaso quebrantahuesos. También habitan estos
bosques los últimos urogallos pirenaicos, el mochuelo boreal, los picamaderos
negros, o los picos dorsiblancos. En los farallones anidan buitres leonados,
águilas reales o búhos reales. Los sarrios corretean por los prados alpinos,
donde son abundantes las marmotas y los mirlos capiblancos. Los ríos,
trucheros, frescos y limpios, albergan a nutrias y martines pescadores. Como
ves, Roncal es un verdadero edén para el amante de lo vivo, de las montañas, de
los bosques y de las aves; en definitiva, Erronkari es la Naturaleza en su
máximo esplendor.
Roncal, la joya de Navarra en el
Pirineo más agreste, a la sombra de La Mesa de los Tres Reyes, del Anie, del Arlas
o de Lakora, es uno de esos lugares que al que escribe enamoran y engatusan.
Degustar un trozo de queso del Valle, acompañado de una hogaza de pan de Burgui
y una bota de vino, admirando alguno de sus sobrecogedores miradores, es uno de
esos privilegios que el viajero no debería perderse. Erronkari, entre Zuriza e
Irati, entre el cielo y la Tierra, uno de esos tesoros que Natura posó para ti en
lo más profundo del Pirineo desconocido, es, sin lugar a dudas, uno de los
últimos lugares que nos quedan para perdernos, para encontrar lo más esencial
de nosotros mismos. Roncal, solo con saborear tu nombre me transporto a tus
miradores, a tus bosques, a tus farallones vertiginosos y a tus cumbres
altaneras… Erronkari, amor de mis ojos entornados, mi vida y mis añoranzas,
postradas ante ti.
Más información:
Juan Goñi
Fascinante, pero nadie fuera de España entiende ni conoce este precioso rincón . Hay que solucionar eso
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