Lagos de Leurtza - Malerreka - Navarra.
El Bosque se mira al espejo del
lago en esta mañana de abril. Parece que la arboleda, al renacer, recuerda el pasado de su otoño de
ocres. Las hayas florecidas amanecen marrones, aunque otras ya se han vestido
de verdes, como sus primos los robles. Vuela un viento frio y se escapa alguna
gota temerosa. El cielo encapotado, es de mil tonos de gris azulado, un poco más
claro aquí, un poco más sombrío allí. La Naturaleza parece que no se decide. Es
la primavera, indecisa y vacilante. Se escucha el soplo del aire, ahora suave y
sedoso, ahora destemplado y brusco.
No hay nadie. Solos Leurtza y yo,
hablándonos quedamente a través de los sentidos afilados por el silencio y por
la paz.
Parecen resonar mis pasos por las
laderas, los murmullos del pequeño riachuelo que desagua en el lago, los siseos
de los árboles que crecen infinitesimalmente cada segundo, los susurros de
millones de hojas que nacen a cada instante. En solo unos días el verde se hará
dueño y señor, ahora apenas es una pléyade de pinceladas dibujadas sin orden,
aquí y allí. La legión de árboles se despereza poderosa, acrecienta la Vida a
su alrededor, entierra en invierno en el suelo fértil con mil impulsos por
segundo.
Sale durante un segundo el Sol de
entre las nubes cenicientas. Llueven reflejos por millones desde la superficie
del agua. La estrella posa su ojo poderoso en aquella orilla, y empuja un poco
más a una primavera que vence en cada soplo. Saluda a las hayas vigorosas y se
esconde de nuevo. El invierno simula ser fuerte aún en el cielo gris, pero la
primavera, y con ella la Vida, avanza heroica desde todos los resquicios del
Mundo. Todopoderosa y opulenta, hace pedazos el pasado y mira descaradamente a
un futuro que se abre paso a codazos.
Ya está aquí, ya llegó. Y la
Tierra se inclina respetuosa ante su luminosa presencia.
Juan Goñi
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