Bosque de primavera, de nieve y narcisos,
verdadero amigo de sus amigos.
Se ha ido, después de muchos años
de soportar al ladrón más cruel: el olvido, el alzhéimer. Hoy todo son
parabienes, todo son reconocimientos… todo es recuerdo y todos recuerdan. Lo
que quieren.
Escuché al gran periodista
Fernando Ónega recorriendo los platós de televisión, hablando de su “gran amigo”,
su “héroe de la transición”. Lo presentan como el que mejor “”conoció” al
difunto. Y así, como quien no quiere la cosa, le preguntan la última vez que
habló con él. Y resulta que la última vez que habló con el difunto fue en 2002,
hace 12 años. Dice que habló con él por teléfono…
Sale el señor Borbón por la tele,
con ojitos vidriosos, de pez que lleva demasiados días en el mostrador de la
pescadería. A su lado una foto de él mismo paseando con el difunto, foto que
hoy está en todas las portadas. La susodicha foto, de la última vez que
estuvieron juntos, se remonta al año 2008. Hace cuatro años.
José María García, ínclito
periodista deportivo, aparece en la tele como una “gran amigo de la familia”,
glosando la figura del difunto. Reconoce que hacía tiempo que no veía a Adolfo
Suárez. Más de 20 años.
Amigos…. Amigos… benditos amigos.
Nunca encontraron a lo largo de tantos años un rato para perderlo con su “amigo”.
Nunca encontraron una tarde para ir a cogerle de la mano, a mirarle a los ojos,
a demostrarle cariño, a acompañar a aquel ser que se perdía en la oscuridad del
olvido, desconcertado, probablemente aterrado ante la negrura de un pasado que
no lograba recordar.
Hoy salen de su sucio escondite,
a ilustrarnos a todos con su sapiencia, con el íntimo recuerdo del que se ha
ido, llorosos, tristes y afectados por tan sentida pérdida.
Admirables hipócritas, dejaron
solo a su “amigo” en lo más penoso de su vida. Y hoy no solo no se avergüenzan,
sino que salen al escenario a gimotear. Desvergonzados individuos: ¿Y os llamáis
amigos? Ojalá la vida os depare amigos como vosotros, farsantes.
Yo conozco bien al señor
alzhéimer. Estuvo cerca de mí muchos años. También vi caerse muchas caretas.
Personajillos que el día del deceso se me acercaban a decirme que fueron muy
amigos de mi madre. Pero no encontraron un rato para acompañar a la enferma, su
“amiga”, para pasear con ella un rato, para cogerle de la mano, para
trasmitirle un poco de cariño, un poco de compañía, un poco de amistad… Amistad
de pantomima. Qué sórdidamente arrastráis esa palabra por el barro de vuestra indecente
conciencia.
¡Qué inmensa pena me dais!
Eso no es amistad, ¡malditos impostores!
Juan Goñi
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