Anclada al suelo, unida por una inexplicable red sin medida, la vida vegetal se comunica. Algo gritan los árboles, algo que no sabemos todavía comprender. Pero unido al suelo, como estoy, siento un rumor de quejidos y preguntas que recorre las raices ignotas de las hayas en Irati, de los viejos robles en Basaburúa, de los últimos carrascales en Tafalla, de las imponentes encinas de Codés. Se contagia en las aguas de Urederra y las nieves de Belagua, vuela en el cierzo de Bardenas, se cuela entre las paredes de la Foz de Arbayún. Viaja en las alas del quebrantahuesos en Aralar y bucea con los somormujos de Pitillas. Canta en el trino del herrerillo en Orgi y en tamborileo del pito negro en Bertiz. El pasto bajo mis pies lo llora en forma de lágrimas heladas, y mi corazón se contagia del rumor dolorido que exalan esta mañana las hayas de Zilbeti. Hasta cuando llora, la Naturaleza es hermosa.
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