Ahora llueve, ahora no, en el tranquilo y solitario Valle. Las montañas catapultan tormentas y el paisaje se estremece con truenos azarosos. El sol juega a escaparse de las nubes, a encontrar resquicios imposibles entre las nubes oscuras. Los prados muestran tantos verdes como caben en tu imaginación, y se oscurecen o se aclaran respondiendo a los vaivenes de los chubascos. Transparente siempre, ora luminoso y radiante, ora gris y sombrío. El silencio se rompe en mil pedazos cuando el fragor del trueno lejano rasga la limpia atmósfera de la tarde. Y tras el estruendo llega el silencio de nuevo, denso y expectante. Verdes los helechos, verdes los prados recién segados, verdes los hayedos arriba en la montaña, verdes los ribazos y las acequias. Ahora un cencerro delata la inquietud de alguna vaca, ahora el graznido de algún córvido revela que la vida sigue en el fondo del Valle boscoso. Empapadas las ropas y el cabello, inútil el paraguas entre las manos, rebosantes los oídos de sonidos y silencios, abarrotada la mirada de verdes sublimes y extraordinarios, colmada la mente de paz y sosiego, satisfechos los sentimientos de adhesión a este paisaje asombroso, mis pasos se retuercen por la vereda sinuosa. Un rayo amenazante rompe en dos la atmósfera transparente, y por enésima vez, las nubes descargan con fuerza aguas y centellas. Se inquietan miedos en mi pecho y aguardo al raso que pase el chaparrón. Todo el paisaje aparece ahora cabizbajo y asustado. Pero antes de que se pierda por el horizonte el retumbar del último trueno aparece por entre los nubarrones el sol fuerte de junio, se agotan las goteras y se alza poco a poco el silencio sereno y aquietado. Y vuelven mis pasos a perderse entre los recodos de la senda estrecha. El paisaje queda poco a poco atrás, empapado de primaveras caprichosas, antojadizas y volubles, y un rayo cálido de luz despide al pasmado paseante solitario, bajo el grisáceo firmamento de esta tarde asombrosa de junio.
Juan Goñi
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