Foto de Cesc Jurado, de una borda en las proximidades
de Labaien, en Basaburúa Menor.
El Otoño se deshace lentamente y
termina sucumbiendo, dejándonos en la retina recuerdos de su lánguida agonía.
Se van los ocres con el viento, se llevan las lluvias los amarillos y los
últimos retazos de otoñada. Los riachuelos que bajan de mi bosque arrastran hojas
encarnadas; tu bosque se desangra proco a poco en silencio por el riachuelo que
ya no canta. El sol se ha quedado casi sin tardes y diciembre se adueña de
todo, con sus largas noches que se sobresaltan con el ulular del cárabo. El
pueblo está desierto y callado mientras brillan las calles bajo las farolas
empapadas y frías, huérfanas de polillas.
Aún restan dos semanas en las que
el sol se rinde cada día. Estamos en el reinado de la noche oscura, en sus
dominios extraños y inquietantes, en su triste soledad aterida.
Pero todavía se oyen a los
jilgueros entre los cardos, aún crepitan los petirrojos entre las matas
desnudas y revuelan los bandos de pinzones entre la arboleda desarropada. El
trompeteo de las grullas rasga los cielos grises y marca como una flecha la
dirección del sol, y los milanos reales planean por doquier acunados por el
ventarrón azulado. Arrebujado en su abrigo pasea el paseante sus penurias; en
el fondo de su pupila viaja la Primavera. Atentos sus oídos, escucha el latir
de la Vida que aguarda en el Vientre de La Madre.
Si no hubiera abril, ¡qué triste
sería diciembre!
Juan Goñi
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