Mañana de regalos.



Amanece en Leurtza


Amanece tras la niebla, que huye bajo los tibios rayos de un sol que lentamente despierta. La noche ha sido fría, pero la temperatura no ha bajado de cero, abrigado el paisaje con el húmedo manto de nubes que ahora escapa hacia el valle umbroso. Entre jirones blancos asoma el azul de un cielo limpio. Las aguas del lago, exánimes, dibujan un espejo en el que se mira el bosque vestido de invierno. Aún ulula un cárabo enamorado entre la espesura, despidiéndose de una noche larga y poderosa.
Mordisquea el frío de la amanecida mis orejas y mis manos. No hay viento, no hay movimiento, no hay ruido en el perezoso despertar del bosque. Las cosas pasan a la velocidad precisa, a un ritmo casi imperceptible. Parece que el tiempo se demora y retoza holgazán entre los pliegues de esta aurora invernal.

Solo el ruido de mis pasos entre la hojarasca mojada rompe el silencio, solo mi respiración, solo el canto de un riachuelo que viene a morir al estanque quieto, y nada más. Me detengo ante el paisaje encantado. Escucho, huelo, percibo, siento la respiración del Mundo. Ahora oigo mejor: el “char char” de un petirrojo, el “tuit tuit tuit” de un trepador azul, y un único y tímido “chi chi pan” de un carbonero; los pasos de un caballo en la hojarasca a lo lejos…

De pronto un rayo de sol atraviesa los jirones de niebla y acaricia la orilla del lago.

¡Cuántos los regalos me trajo la mañana! Los magos del bosque me obsequian con mil embrujos, y yo abro estas ofrendas como un niño, emocionado y agitado, entre las soledades de un paraíso que amanece.

Juan Goñi

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