Me habían contado que te
encontraban triste, y yo sabía a donde ibas cuando estabas triste. Allí te
encontré, junto al mirador del norte, con tus ojos perdidos en el horizonte de
nieblas y lloviznas. La Tristeza te acariciaba los cabellos, como la madre que
acaricia a su bebé agonizante. Las dos, tú y tu tristeza, embadurnadas ambas de
invierno, sentadas frente al paisaje soñoliento, irremediable, de brumas
pegajosas que acarician el alma abandonada. Qué plácidamente se acomoda la pena
en el corazón sensible. Qué poco esfuerzo requiere dejarla entrar en el alma, qué
apaciblemente se cobija tras los ojos que lloran. Me senté a vuestro lado, y
así ya fuimos cuatro.
Sangrabas copiosamente ilusiones
por los poros. Fluían de tus ojos unas pocas esperanzas disfrazadas de
lágrimas. Supongo que buscabas anhelos entre tus recuerdos grises, ya sin
ánimos más que dejarte llevar y rendirte. A uno le sobran dos lágrimas para ahogarse,
y un par de suspiros para extinguirse. Dos gotas más, intranscendentes entre la
lluvia íntegra y absoluta que inunda el paisaje esta tarde oscura de febrero,
brotaban de tus ojos silenciosos.
No parece muy aconsejable mostrarse
triste en sociedad. La alegría es un licor que se comparte, pero la pena
conviene degustarla en soledad. No es el llanto, dicen, bueno para tu
autoestima, así que deja de llorar, no seas débil. Quieren reparar tu
autoestima haciéndote culpable de tu llanto; hasta tan lejos llega el delirio
de su ignorancia. Y así te escondes entre los paisajes que sollozan contigo.
¡Cómo duelen las lágrimas que se atascan
en la garganta! ¡Qué dulce alivio cuando por fin encuentran el camino hacia los
ojos! El llanto purifica, desinfecta, es el blanqueador natural de nuestra
conciencia. Cuando te asedia es mejor rendirse y hacer la colada: sacar los
trapos sucios del fondo del armario y dejarlos al albur del berrinche detergente.
No seré yo quien acalle tu llorera, quien aplaque tus tristezas. Me basta con
acompañarte un poco y ayudarte con la colada. Esperaremos juntos a que termine
el aclarado, no conviene dejar jabón entre las costuras. Cuando salga el sol,
que saldrá, no lo dudes, tenderemos la ropa limpia a la luz de la primavera y
dejaremos que se seque al viento limpio, que se perfume con el aroma de mil
millones de flores. Y después de doblar cada trapo con cuidado, los dejaremos
al fondo del armario, por si otro neblinoso día de otro invierno los necesitas.
Pero por ahora te dejo que sigas
llorosa, gimiendo tus males. Y no te avergüences. A veces pienso que al Mundo
le falta llanto sincero. Tenemos tanta prisa que no tenemos tiempo para llorar.
Y así tenemos los armarios, llenos de porquería, de despojos de cariño que se
pudrieron, de bazofia que no pudimos o no quisimos almorzar en su momento y
ahora aguardan purulentos entre los trapos sucios de nuestro corazón. Llora y
descansa. Llora alivios. Freguemos juntos tanta inmundicia. Hoy, aunque sea por
un rato, nos someteremos voluntariamente a la tristeza, que no es más que la
cara oculta de la alegría. Para navegar por la primavera necesitaremos limpias
las sentinas del alma.
Juan Goñi
Foto de mi amigo Felipe Noguera. Nieblas en Malerreka (Navarra, Nafarroa)
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