La primavera es esencia de la
Libertad, y por eso nos desconcierta. No por casualidad es la única estación
del año con nombre de mujer. Es mujer, es libre, y por eso nos perturba. Nos
ruboriza con sus besos a destiempo, con su desfachatez a veces ingenua, a veces
sensual. Durante un instante parece una niña insolente y maleducada. Y de
pronto, como en un relámpago, se torna en muchacha apasionada, voluptuosa. Me
sonrojo al descubrirme admirando sus curvas fecundas, su vientre hambriento,
sus pechos inagotables. Ella me desenmascara a cada instante. En ocasiones simula no
conocerme, pero sé que me frecuenta cuando camino por mis paisajes. Y cuando
menos me lo espero cruza a mi lado y me inunda con su aroma, acaricia mi rostro
con sus cabellos, o incluso roza mi mano con sus dedos húmedos. Solo me atrevo
a mirarla cuando creo que no me mira, aunque se de sobra que Ella lo ve todo. La primavera se deja mirar... supongo que le gusta.
A veces la primavera se comporta
con pudor. Avanza con pasitos cortos, como una geisha, como si los volantes de
su falda no dieran más de sí. Se sienta en una piedra con las rodillas
juntitas, sus manos anudadas en el regazo, y baja su mirada, y la pierde en el
pasto florido de la llanura. Entonces no habla… en todo caso susurra. Hay que
estar muy calladito para poder oírla.
Otras veces en cambio se me aparece desmesurada, desvergonzada.
Se me viene encima con la osadía del sol
del mediodía. Me cubre de besos libertinos y me arrulla indiscreta. Y entonces
me sofoco y me desconcierto. Me despeina el cabello, me desgobierna el
pensamiento y todo yo soy desbarajuste y confusión.
Puñetera primavera, tan revoltosa. A veces parece tímida y
recatada, pero tras el recodo del sendero se torna erótica y carnal, y es
entonces cuando me desnuda, y me muestra descarada mi timidez y mi recato en el
espejo de su alma licenciosa. Petulante y verdulera, ríe a voz en grito por las
arboledas y se baña desnuda en los arroyos. Alborota los colores de la Tierra y
escandaliza los bosques con sus chanzas. Y, de vez en cuando, me sonríe
descocada, con la piel impregnada de las lluvias de abril. Y me guiña un ojito
azul de cielos frescos. Y me manda un beso fragante y cálido. Y allí me deja, desollado
en medio del tumulto, indeciso, apocado y medroso, con los ojos de aquel gallo vanidoso
al que el zorro perdonó la vida.
Juan Goñi
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