Atardece sobre el Bidasoa una
tarde más de este mayo esplendoroso. El sol se demora, la tarde se alarga y su
parsimonia lo inunda todo. Con sus últimas fuerzas el astro rey se entretiene
en pintar de oro la arboleda y los prados, la superficie movediza del rio y las
fachadas blancas de las casas. El cielo abandona poco a poco sus tonos de azul
y va mudando hacia tonos violetas y rojos, incluso amarillos. Huele a heno
recién cortado, a río, a sauco. La temperatura es simplemente perfecta. El
tiempo se detiene ante el arrullo del zorzal, ante la cantinela eterna del regato
chispeante y cantarín.
Curiosean las aves entre la
arboleda, quizá escondidas entre los brezos, quizá rebuscando en el prado con
saltitos breves, eléctricos. Las lavanderas, atareadas, corretean entre las
piedras que emergen del río. Una familia de herrerillos recorre los alisos y
los arces; los progenitores, abrumados por los constantes piidos de los pollos
volanderos, rebuscan afanosos bichitos entre las ramas o bajo las hojas,
alimentando sin descanso las grandes e insaciables bocas de sus vástagos. Tras
su paso todo vuelve la serenidad poderosa. En el cielo jirrían los vencejos a
lo lejos, y una pareja de gavilanes revolotean raudos, apresurados. Se oye el monótono
pitido de algún sapo entre la espesura, y revienta la inesperada explosión de
color sonoro de un chochín entre las matas de la orilla. Zorzales y mirlos,
maestros flautistas, Señores de la Anochecida, triunfan con sus coplas sobre el
murmullo del agua juguetona y revoltosa. La Tierra regocijada devuelve sus
encantos a la transparencia de la tarde y el pajarero se alboroza y se deleita,
y se conmueve, y da gracias por todo y por todos.
Antes de irse del todo, el sol
vuelve sus ojos al horizonte y se solaza con la belleza de su obra dorada y
verde. Le despiden las aves por doquier y el río refleja su mirada complacida.
Zanganea la tarde eterna, no quiere despedirse aún y se entretiene dibujando
reflejos tostados en las montañas que me rodean y en las nubes allí a lo alto.
Resplandece el mundo entero en este instante plácido y venturoso mientras la
primavera, Princesa de la Vida, rige todos los destinos y gobierna, y ondea su
bandera creadora así en la Tierra como en el cielo.
Juan Goñi
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