Se acuesta cansada la maestra del
pequeño colegio rural. Cansada de actualidad, cansada de mirar y no ver futuro
en las pupilas de sus pupilos. Cansada de treinta años de pelea contra el
fatídico porvenir que augura su experiencia; cansada de ver en el futuro nada más
que otra vuelta de tuerca. El Sistema se escuda, se guarece, se fortifica. ¿Quién
es ella para intentar minarlo? Las diferencias se profundizan, vuelven
fantasmas que creíamos acabados, retornan sombras y espantajos, y todo cambia para que
nada cambie. Pese a sus desvelos, a pesar de sus empeños, hoy se deja caer en
la almohada fría, agotada, abandonada a un agrio sentimiento de incapacidad,
desfallecida, desesperanzada. El peón baja los brazos y se rinde al comprobar
que la partida se juega muy lejos, que se seguirá jugando muy lejos, y que,
gane quien gane, nunca ganarán esos niños que mañana volverán a clase.
Perdieron la partida los niños de ayer, esos niños que son padres de los niños
de hoy, que también perderán la partida. Y la partida de mañana será más
sangrienta y más parcial, más injusta. A veces, cada vez más veces, no
encuentra sosiego en la sonrisa inocente de Javier, o en los ojos limpios de
Iñaki, o en la risita tímida de Samira. Los últimos pensamientos del día no son
sino la corroboración de su propia derrota, la constatación de su propio
envejecimiento y resignación. Ya no es un alma apasionada, solo un globo
deshinchado en la esquina de la fiesta que acabó.
María se duerme, fatigada. Una
lágrima viaja de la comisura de su ojo para posarse en la almohada. Se deja ir poco a poco, agarrotada aún por una
resignada sensación de vacío. Su respiración se va relajando y su ánimo empieza
a caminar por los senderos de los sueños. Sueños en una Sociedad que un día
logró desembarazarse de tantas lacras. Sueños para una Comunidad que consiguió
por fin suturar tantas heridas, cicatrizar tantas pústulas, recuperar fuerzas e
ilusiones. Sueños para un futuro de alientos y causas, de aspiraciones y
objetivos. Sueños que conseguirán que María mañana vuelva al cole, como todas
las mañanas, con la confianza y la ingenua convicción de que, ella en su clase,
ayudada por la cándida sonrisa de Eduardo, por la mirada curiosa de Miren y por
la carita limpia de Darwin, consiga algún día mejorar un poco el Mundo.
No sé si cambiarás el Mundo,
María. Pero sin duda consigues que aún merezca la pena.
Para tod@s es@s profesor@s,
invencibles quijotes, que pese a todo siguen luchando a brazo partido por un
futuro mejor para los hombres y mujeres del mañana. Para que nunca pierdan la
esperanza y no se dejen vencer ni claudiquen. Para que nunca les falten los sueños y las
utopías; para que nunca escaseen en su vida la sonrisa de esos niños, la carita
de expectación de esas niñas y el apoyo, cariño y comprensión de sus padres.
Para que nunca descuiden sus sueños y recuerden que nuestro futuro depende en
gran medida de su trabajo de hoy. Para que nunca olviden por qué se hicieron “maestros”,
la profesión más digna de encomio, puesto que son los agricultores del Mañana
del Mundo. Hoy os regalo esta flor, preciosa pero modesta y sencilla, como
vuestro día a día. Con admiración.
Juan Goñi
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