Hayas junto al Urrobi en el Valle de Arce - Artzibar
Cuando vuelvo de Roncesvalles, o
de Aezkoa, cuando subo a la Alta Navarra desde la Benafarroa, me gusta entrar
al Valle de Arce – Artzibar. Me gusta arrimarme al Urrobi, discurrir con él
por entre montañas, por entre las estrecheces de este Valle singular. Aquí,
mejor que en ningún otro lado, uno es consciente de la diversidad de la que
disfruta. Uno entra al Valle poco después de salir de Burguete, para meterse de
lleno en uno de los hayedos más fantásticos que conozco. Una estrecha foz (garganta)
separa el Valle de las tierras de Erroibar y de Auritz, para deslizarte como el
rio por entre montañas, por entre paredes casi verticales que no permiten ver
el cielo. Urrobi viene de “ur”: agua y “obi”:
zanja, trinchera, angostura. Como todos los topónimos de mi tierra, es un
nombre que le va como anillo al dedo a esta fosa que une la Navarra más montana
y norteña con la Navarra Media de la Cuenca de Aoiz, con sus quejigos y con sus
pinos albares, con sus campos de cereal, con el más suave, aunque imponente
Prepirineo. En sus escasos kilómetros de delicias y sorpresas uno pasa de el
hayedo sombrío al robledal luminoso y a los densos carrascales de Nagore. Allí
cerquita el rio adelgaza porque se mete en el suelo buscar al Irati, en el que
finalmente desembocaría si el Pantano de Itoiz no los hubiese desdibujado. Y
allí, cerca ya de Nagore, encuentros siempre uno de esos panoramas que me
reúnen, que me funden con la Tierra: El Potxe (o Poche) de Txintxurrenea (También
he oído llamarlo “la foz de Nagore”). Este recóndito y poco conocido enclave es
una profunda garganta excavada por el Urrobi en las calizas que se levantan
entre Nagore y Orbaiz. Aquí anidan multitud de especies de aves al abrigo de
los cientos de agujeros que abarrotan las paredes verticales: buitres leonados,
alimoches, halcones peregrinos, águilas reales, búhos reales, aviones roqueros,
vencejos reales por recitar solo unos pocos de sus emplumados habitantes. Una
vez incluso pude disfrutar de vuelo suaves, imponente, del escaso
quebrantahuesos por estas soledades. Hoy Orbaiz no existe; se lo tragó el
pantano, como muchos otros pueblos que yacen para siempre bajo las aguas espesas
de este pantano que pese al flagrante delito contra la Vida que supuso, no ha
logrado restar un ápice de asombro al soberbio paisaje que se dibuja entre
estos riscos.
Y además, sus pueblicos,
encantadores, casi deshabitados, con joyas arquitectónicas casi olvidadas, con
este ambiente que siempre se respira en los lugares apartados del tiempo y de
las prisas que nunca conocieron. Perderse por Gorraiz, por Artozki, por Uriz, por
Villanueva es un placer, una vuelta a lo auténtico, al perfecto equilibrio de lo
humano con la Natura.
El Valle de Artze es un paraíso
estrecho y juguetón, donde canta el Urrobi mientras viaja desde el hayedo al
trigal, desde la bruma al sol, desde el verde casi asfixiante al amarillo, buscando
el Irati, y más allí, junto a Lumbier, uniéndose al Aragón para cruzar Navarra
de este a oeste. El Valle de Artze es el cordón umbilical que más nítidamente
une la Navarra habitada con sus bosques más agrestes, el paradigma de la ensalada
de diversidades biológicas, sociales y culturales de esta región que a veces
más parece un continente.
Juan Goñi
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