Dulce espera.



 En la foto, el Bosque de Zabaleta, en un Irati que aguarda.

Todo en el bosque espera, aguarda, posterga. Hay que dar tiempo al tiempo, es la única manera de tener tiempo. Diríase que el bosque está acechando al mañana. No es momento de apresurarse, más bien tiempo de dilaciones. Habrá que subir al repecho del  otoño,  pero por ahora la arboleda descansa en su equívoca quietud de un septiembre aun veraniego. Ya se ven retazos confusos de un otoño indeciso. Pero a todos nos faltan datos, así que permanecemos en la dulce espera de un mañana que ya llegó. 

El acebo aún no se decide a colorear sus bayas, pero el roble empezó a despojarse de sus semillas. Llueven bellotas en el bosque, aun tímidamente; sirimiri de promesas, llovizna dulce de ofrendas al porvenir. Las hojas de las hayas siguen verdes, pero su verde ya no es el de antes; ya nada es como antes. Porque pese a que los días son calurosos y brillantes nadie se engaña, y los soportales del otoño se divisan ya en la distancia.

Así, entre tanto equívoco, el Mundo prefiere quedarse quieto, a ver qué pasa. Aguardar es una buena decisión cuando se trata de guardar todo, de recogerlo todo, de almacenarlo todo. Los árboles almacenan luz, y los ratones almacenan avellanas, y los arrendajos almacenan bellotas, y las ardillas almacenan nueces… y tú y yo recolectamos esperas, encuentros y promesas.

Nadie parece saber a qué atenerse, pero el bosque… el bosque siempre sabe por dónde se va al futuro. 

Juan Goñi

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