Belagua, Navarra, Nafarroa.
Se va muriendo enero entre brumas
y veras en los Valles que me ven despertar cada mañana. Enero es el mes de las
dos caras, el mes consagrado a Jano (Jano, Janeiro, Enero), el Dios de las
Puertas, de los pasajes, de los umbrales y de los puentes; Jano es el dios de
los Principios y los Finales. Jano, el Señor del Tiempo, era un humano
divinizado al morir por obra de Saturno (Cronos en la mitología griega, el Dios
del Tiempo). En la iconografía clásica Jano tenía dos rostros (Jano Bifronte)
que miraban a la vez al pasado y al futuro, a oriente y a occidente, a lo
humano y a lo divino. Un tercer rostro, a penas insinuado, miraba fijamente al
presente, al tiempo eterno, en manos del cual sucumben a la vez ese pasado que
condiciona nuestra vida, y ese futuro que no es sino una entelequia de difícil
comprensión. Jano lleva en su mano derecha una llave que abre todas las
puertas, que descorre todos los cerrojos, que franquea todos los cerramientos inaugurando
todos los senderos, permitiendo recorrer nuevos caminos, aclarando nuevos itinerarios
aun secretos.
Entre Jano y Saturno crearon lo
que los romanos llamaron la Edad de Oro, un tiempo en el remoto pasado en el
que ningún hombre estaba al servicio del otro (no había esclavitud, tan común en
la Roma clásica), en donde se anulaba la propiedad privada, en donde la
herencia era universal: la herencia de cada ser humano por ser Hijo de la
Tierra. Era precisamente esa Edad de Oro la que se celebraba en las fiestas de
las Saturnales (que dieron origen a nuestra Navidad), la celebración en la
esperanza de que otro mundo es posible. Era la celebración de un nuevo Principio,
de un nuevo Comienzo.
Cada vez que una puerta se
cierra, otra se abre en algún lugar. La serpiente del tiempo sigue mordiéndose la
cola en el ciclo infinito del anillo (año viene de aro, ano, anillo) del tiempo.
Quizá nuestra única misión, la que de verdad nos concierne, es precisamente
buscar esas puertas que se nos abren, ir franqueando aquellas que se cierran,
cruzar los umbrales y traspasar los puentes, y caminar mirando fijamente al presente.
Sin miedo. Aun sabiendo que Saturno (o Cronos, como le llamaban los griegos)
siempre devora a sus hijos.
Bah… no me hagas mucho caso. Al
fin y al cabo, todo esto no son más que tonterías. O quizá, solo quizá, es la
sabiduría, destilada por los siglos, de aquellos que nos precedieron en la gran
aventura del vivir. ¡Tú eliges!
Juan Goñi.
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