Pamplona y el otoño.


Río Arga desde el Portal Nuevo, a su paso por el barrio de la Rotxapea, 
Pamplona- Iruña

Pamplona, la vieja y hermosa Iruña, se deja vencer por el otoño y sestea, pensativa y ensimismada, con sus ojos de piedra puestos sobre el Arga que la abraza con sus caricias de agua. La Iruña que vio tantas cosas hoy se  enfrasca en sus memorias y se deja llevar por la tarde soñolienta. Los arces y los pequeños olmos del parque de La Runa dejan volar sus hojas amarillas, los fresnos de la Magdalena se desnudan despacito, los alisos y los robles de Aranzadi  se pintan de ese color ocre, de castaña, que solo ellos saben vestir con elegancia. Los chopos, los plátanos y los álamos incendian la ribera del rio y sus hojas navegan por millones en las aguas tranquilas.

El viejo se asoma al mirador de la muralla, con su parpusa calada hasta los ojos, con su chaqueta beige y sus zapatos recién lustrados. En su tranquilo paseo hasta el Portal Nuevo le acompañan, como siempre, su perrico, “el Cholo”, y esa punzada en la cadera derecha que, de tan familiar, se convirtió hace ya tiempo en una molestia que no molesta. Volverá a casa por la Taconera, pasando por el monumento a Gayarre. Si la tarde sigue agradable se sentará en la terraza del Café Vienés, bajo la espectacular sófora de Japón, a leer el Diario y a tomarse un cortado y un coñac. Y Cholo se acostará a sus pies y apoyará su cabeza entre sus patitas, sin prestar atención a las palomas ni a los perros. Allí casi no se oyen las ambulancias ni las bocinas de los coches. Allí las conversaciones de los parroquianos son casi susurros, y se oye el viento entre los setos y entre las secuoyas. Allí se oye aún el bramido inesperado de alguno de los ciervos que pastan en los fosos. Allí aun se palpa la parsimonia y huele a laurel y a sauco. Allí el otoño se hace presente y aun parece que el mundo es como debe.

El otoño se mete en las pupilas del viejo, que ya vio muchos otoños. Alza el cuello de su chaqueta hasta la garganta porque este viento del sur es traicionero como él solo. Aparta la mirada del locuaz espectáculo de la Rotxapea otoñada y serena, y se interna entre los aligustres y los tamarindos, por un senderito que serpentea hasta su destino. Llueven bellotas bajo los robles y un pavo real se desgañita allí lejos. Y Cholo, que lo entiende todo, le sigue en silencio, sin mover la colita, caminando con ese trotecito simpático y bailón que solo los perros más viejos saben lucir.

Juan Goñi

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