Larrau y un villavés llamado Miguel.

Puerto de Larrau - Larraine. 
Zuberoa.

Desde el coqueto pueblo zuberotarra de Larrau (Larraine en euskera) asciende la carretera que conduce hasta el puerto del mismo nombre. La vertiente norte del Puerto de Larrau, com 1585 metros de altitud, es un verdadero paredón, con una media de más del 10% y pendientes de más del 13% cerca de la cumbre. La carretera serpentea entre prados y hayedos, ofreciéndonos sin duda unos paisajes espectaculares del País de Sola y de los últimos Pirineos de Euskal Herria.

El 16 de julio de 1996 el Tour de Francia pasó por aquí en una etapa que finalizaba en Pamplona, diseñada como un homenaje al villavés Miguel Induráin. Justo aquel día el hombretón de Villaba cumplía 32 años. Y aquí, en este paredón pirenaico se forjó el fin de la leyenda. Un Miguelón desfallecido, deshidratado y vencido perdió aquel día todas las opciones de revalidar su triunfo en la ronda gala en la que había reinado durante los cinco años anteriores. Allí arriba, ante la imponente mole del Orhi, el destino de dos grandes del ciclismo se vuelve a unir. Miguel Induráin y Claudio Chiappucci, agotados, unidos en la derrota, cruzan juntos la pancarta del puerto de Larrau. Claudio suspira profundamente y le dice a Miguel:
“Uff, se acabó subir, se acabó sufrir”.
Y Miguel contesta:
 “No te equivoques, Claudio, aún queda lo más duro, son 100 kilómetros llenos de repechos, que no puntúan pero duelen, y entra el viento y…”

Un casi desconocido Bjarne Riis le arrebató aquel “sexto Tour” al bueno de Miguelón, y de paso nos dio un disgusto monumental a la legión de seguidores del mejor deportista que ha parido mi tierra.
El 25 de mayo de 2007 Riis convulsionó el mundo del ciclismo al reconocer en una conferencia de prensa en Copenhague que se dopó con EPO durante 5 años, desde 1993 hasta 1998, situación por la cual el Tour de Francia ya no le considera vencedor de aquella edición de 1996.

Pero no me quiero quedar con este mal sabor de boca. Y por eso quiero recordar aquella etapa del 19 de julio de 1991. Aquel día, en la etapa reina del Tour de aquel año, a 65 kilómetros de la meta, recién coronado el Tourmalet, Miguel lanzó un terrible ataque en el descenso -otra de sus especialidades- que sorprendió a todos. El Miguel estaba situado 5º en la general, a 4:44 del líder, el francés Luc Leblanc -aunque el que verdaderamente mandaba seguía siendo Lemond-, por lo que en un primer momento el pelotón no le dio demasiada importancia a aquel demarraje. ¿Todo el pelotón? No; hubo un corredor, ni más ni menos que “Il Diavolo”, Claudio Chiappucci, que vio que aquel ataque iba a ser bueno y, pocos kilómetros después, salió del grupo para unirse a Indurain quien, aconsejado por su director, José Miguel Echavarri, le esperó. Juntos continuaron con la galopada; y juntos, pese a los esfuerzos desesperados de Gianni Bugno y de Laurent Fignon por cazarlos, se presentaron en Val Louron, donde Miguel agradeció a Chiappucci la enorme colaboración prestada “cediéndole” la victoria, porque el liderato era indiscutiblemente suyo. Bugno llegó a 1:29; Fignon a casi 3 minutos; y Lemond, que sufrió una importante pájara, perdió más de siete.

Aquel día Miguel Induráin se vistió con el mallot amarillo de líder del Tour, prenda que no abandonaría en cinco largos años de proezas sobre su bici, cinco largos años en los que nadie echó la siesta en las calurosas tardes de julio. No olvidaremos jamás tantos y tantos buenos ratos en los que este chicarrón de Villava asombró al mundo entero con su fuerza, con su entereza, con su humildad, con su deportividad.

Juan Goñi.

Aquella maravillosa epopeya de Miguel Induráin y Claudio

Chiappucci en Val Louron, el 19 de julio de 1991.
Está en francés... pero sobran las palabras.

 

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