Paisaje de Malerreka, Navarra, Nafarroa.
Por Ángel Villalva.
Fugarse por los paisajes
infinitos, dejarse acunar por los panoramas que se tuestan despacito, al fuego
lento del otoño. Escuchar la respiración del mundo que despierta de nuevo, el
crepitar incesante de decenas de petirrojos, el leve murmullo del viento en las
hojas que se despiden y vuelan. Vislumbrar los tímidos pasos del tiempo alrededor.
Dejarse llevar por lo que cuenta la Tierra a quien quiera escucharla. Pastorear
emociones en los prados verdes de la conciencia propia. Entender lo de ahí
fuera para interpretar lo de aquí dentro. Mimetizarse con el bosque para que no
se note nuestra presencia, para que todo pase como si no estuvieras, para ver
lo que pasa cuando no estás, para comprender lo que pasará cuando no estés.
Penetrar en lo casi invisible, en lo no evidente. Captar de nuevo las señales y
los avisos, distinguir la música del mundo, oír los poemas que el bosque dicta
y transcribir.
Buscar caminos en los perfiles
difusos del futuro que acecha.
Y meterse un poco más adentro de
lo de afuera. Hacer de lo que pisas tu patria y tu bandera. Hasta el último
chispazo de vida estar con la vida, y después, ser árbol y hojarasca.
Amor eterno por el paisaje. Por
guapo. Por sincero. Por poeta.
No llegar tarde al convite del
otoño, ante todo.
Yo ya estoy.
Juan Goñi
0 comentarios:
Publicar un comentario