Un besico que me supo a chelo.




Otoño en Valle de Roncal -Erronkariko Ibaxa udazkenean.
Por Ángel Villalba.

Se me quedó la mirada abrazada al paisaje, a sus colores, a las brasas inocentes de su luz de otoño. Mis tímpanos acogieron los penetrantes silencios del vasto espacio del bosque. Mis piernas, mis brazos, mis párpados petrificados. Mi corazón pactaba con los ritmos de lo de alrededor, casi quieto para disfrutar en plenitud de la caricia eterna del horizonte. Entablar conversaciones de paz en las batallas de mis adentros, y firmar, por un momento, eterna armonía. Y el crepitar tímido del petirrojo invisible. Y el fragor sordo del lejano riachuelo. Y el tiempo, deteniéndose durante la eternidad de un instante interminable. Y entonces sentí lo que sienten los árboles.

Al pasar me saludó la perenne perpetuidad de la Belleza, con un guiño. Y me mandó un “besico” que me supo a chelo. 

Juan Goñi

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