Urbasa.
Y ese profundo gemido que la
nieve virgen exhala al ser por primera vez pisada. Y ese viento leve pero
helado, que corta mi cara, que se cuela por mi cuello, que se me mete dentro. Y
ese compás en mis pasos, despacioso y
solemne. Y tú mirándome, hablándome.
Tus miríadas de líneas
imposibles, el más lúcido fractal que me cubre y me rodea, como las intrincadas
neuronas de tu mente infinita. Y aquellos copos de nieve que resbalan y caen de
tus ramas, golpeándome a veces, a veces solo una caricia helada. Y ese herrerillo
que chichea desde un espino a mi vera. Y esas palabras líquidas e invisibles
que me dedicas, esas que ayer me susurrabas… Camino por el bosque en una dulce
y gélida mañana de invierno y canta Haendel entre las rozas nevadas.
Me detengo y me agacho. Acurrucado y encogido, adopto una posición
casi fetal para meterme de nuevo en tu matriz, al calor de tus adentros.
Sometido a tus hechizos, como siempre, humillado ante tu grandeza inacabable,
te acaricio con los ojos y con el alma y me dejo arrullar por tus canciones. Y
tu lloras copos de nieve desde las copas de las hayas que golpean sordamente el
suelo nevado con un latido amortiguado. Y tímidamente te muestras entero,
desnudo ante mí.
Continúo mi camino, demorándome
en cada pisada, recreándome con el crujido de tu tierra bajo mi huella. Y me
vas desvistiendo con cada pulsación, con cada esquina tuya que miro. Primero se
me cae el sombrero de soberbia, desbaratado, hecho jirones. Y después el abrigo
de mi conciencia, andrajos desfigurados tras mis pasos, para convertir mi
cuidado en tu razón. Se derrumba lo que
creo saber como el castillo de naipes que un niño sopló. Uno por uno, mis
pecados. Una por una, mis pesadumbres. Toda mi inocencia desparramada por tu
faz blanca, desapareciendo por momentos bajo el palio de tu vejez, tan nueva.
Verónica que me enjuaga el sudor y la sangre, y tus silencios como un sudario
para mi arrogancia. Ya desnudo y escarmentado sigo tropezando en tus honduras.
Me devuelves la libertad que me prohíbo, y se me vuelan las ideas entre las
ramas nevadas, y se me suben las quimeras por la mollera, y se me escapa una
lágrima de pura gratitud.
Me fui; ayer me fui. Pero te juro
que sigo caminando por aquel sendero nevado, al compás de un Haendel que me
funde el corazón como el sol funde tus hielos.
Juan Goñi.
Lascia ch'io pianga - Georg Friedrich Händel.
0 comentarios:
Publicar un comentario