Bertiz bajo la niebla.
Brillaba el acebo, como de plata;
sus bayas como rubís, por doquier. Las ramas desnudas de las hayas, cada una
con su temblorosa gotita de rocío a punto de caer, rayaban incomprensiblemente
el cielo sobre nuestras cabezas. La alfombra de hojarasca se extendía por todos
los lados, pintando de bronce el suelo del bosque. Nos dimos la vuelta mientras
la niebla huía de la mañana y se deshacía por momentos. El sol traspasaba con
fuerza el velo blanquecino y una extraña luz nos envolvía. Mis pensamientos
volaban libres en el silencio del bosque, más allá de las certidumbres, entre
brumas y veras, entre jirones de sueños cobrizos, entre los tiempos inmutables
de la arboleda. So oyó de pronto el “cri cri cri” del picamaderos negro,
rasgando el silencio, devolviéndome al ahora de un golpe. Se vino la imagen del
pájaro a mi mente y mis sueños se deshicieron en un instante. Miraba fijamente a
ningún lado porque toda mi conciencia se detuvo a escuchar al escaso pájaro
carpintero, tan escaso, tan bello, tan acosado.
Y entonces lo volví a sentir.
Esa sensación de estar flotando en los espacios callados del bosque. Ese
sentimiento de pura comunión con mí alrededor. Esa emoción al saberme fuera del
tiempo. Esa sorpresa sin confusión, ese estremecimiento que me levanta el vello
de la nuca, esa sacudida en la conciencia. Y como siempre que me ocurre, la
pasión como una oleada que me acorrala, que termina por abrazarse a mí y
aprieta. Y esa piel de gallina en mis brazos. Y ese deseo incontenible de
quedarme así para siempre. Quizá solo un segundo o dos. Nadie se dio cuenta.
Bueno, quizá tu si, cuando me miraste a los ojos; tu mirada tan penetrante,
casi obscena. Entonces te abrí mis adentros y consentí. Me ruboricé un poco al
sentirme tan expuesto, tan abierto, tan en tus manos, tan perforado por tu
mirada. Y allí te metiste, en mis adentros tan íntimos, y me acariciaste, y me
sentí tan sereno contigo dentro…
Fue solo un instante. Yo tan dentro
del bosque. Tú tan dentro de mí. Solo un soplo de tiempo, solo un relámpago. Después
saliste despacio, cerrando lentamente la puerta tras de ti, no sin antes
plantarme un beso de mariposa en uno de mis doloridos rincones. Te despediste
esbozando una media sonrisa. Y entonces volvimos los dos a estar rodeados de
gente. Y un niño me preguntó: “Juan, ¿Qué pájaro es ese?”. Y yo contesté, sintiéndome
un poco más enamorado de ti, un poco más enamorado del bosque.
Demasiadas palabras para
describir un instante. Tú ya me entiendes.
Te dejaste olvidada una esquirla
de tu mirada de bronce allí, dentro de mí, en aquel recóndito rincón de mi
conciencia. Una agujita del color de la hojarasca escondida entre mis adentros.
O quizá no la olvidaste. Ayer la
encontré mientras soñaba. Y la dejé allí, como recuerdo de aquella mañana en la
que fuimos tres, bosque tú y yo, fundidos bajo la niebla desvanecida. Si no la
echas de menos… me gustaría quedármela. Aquí dentro.
Juan Goñi
0 comentarios:
Publicar un comentario