Drago de Icod de los Vinos (Isla de Tenerife)
Hoy me voy a la escuela de
Urdazibi-Urdax, a plantar árboles junto con los alumnos. No se me ocurre mejor
remedio, mejor enmienda a nuestra actitud ante la Natura. Plantar un árbol es,
sin duda, estar del lado de la eternidad. Los servicios ambientales que un
árbol nos proporciona son sencillamente incalculables: fija el dióxido de
carbono atmosférico mitigando así las causas del cambio climático, nos proporciona
el oxígeno que necesitamos para respirar, aumenta la fertilidad del suelo y
mejora su retención de humedad, así como su estructura y contenido de
nutrientes. Los árboles estabilizan los suelos, reduciendo la erosión tanto
hídrica como eólica. Los árboles reducen el flujo rápido de las aguas regulando
de esta manera el caudal de los ríos, mejorando la calidad de las aguas y
reduciendo la entrada de sedimentos a las aguas superficiales. Bajo los árboles
las temperaturas son más frescas, el nivel de humedad es mayor y por lo tanto
se dan las condiciones idóneas para la proliferación de microorganismos
esenciales para los diversos ciclos naturales. Los árboles absorben el ruido,
fijan contaminantes limpiando el aire, representan lugares de refugio para gran
cantidad de fauna (sobre todo insectos y aves). Los árboles nos proporcionan gratuitamente
alimento y madera. Los árboles, en definitiva, mejoran la calidad de vida de
las personas. Sinceramente no se a qué espera la Humanidad para comenzar con un
proyecto generalizado de plantación masiva de árboles a nivel planetario.
En mi reciente viaje a Canarias
conocí el famoso drago situado en el pueblo de Icod de los Vinos (Tenerife). Y
no sé porque, cuando lo vi se me vino vivamente a la memoria mi amado Roble de
Urdax. Quizá porque la edad que a ambos se le calcula es similar. Quizá porque
ambos pueblos (Icod de los Vinos y Urdazubi), en su aparente lejanía cultural,
han decidido colocar en sus escudos respectivos estos dos monumentos naturales.
Quizá porque ambos (el roble y el drago) son los árboles icónicos para ambas
culturas; la guanche y la vasconavarra. Quizá porque su maravillosa belleza, tan
distinta, es sin duda análoga y consonante. Bajo ambos monumentos se siente el
mismo estremecimiento, el mismo sentimiento de perpetuidad, de sosiego, de
apego a la vida del planeta, la misma sensación de estar bajo la protección de
un ser fuerte, dadivoso y sabio.
¡Como me gustaría que ambos
pueblos (Icod y Urdazubi) se hermanasen! ¡Tan apadrinados ambos por dos
monumentos naturales tan análogos!
Mi hijo Martín, a sus cinco añitos, trata de retratar a este impresionante
Roble de Urdazubi-Urdax, en Navarra - Nafarroa.
Hoy les hablaré a los niños de
Urdazubi de mi amado Drago de Icod de los Vinos. Y espero tener algún día la
oportunidad de hablarles a los niños de Icod de mi amado Roble de Urdax. Y
plantar así en su corazón la semilla del amor irrefrenable que siento por los
árboles viejos, por los monumentos vivos que ambos pueblos atesoran. Para que
nunca se sientan distintos, para que siempre les conecte una misma identidad;
la de saberse, todos, hijos y depositarios de dos de los más bellos seres vivos
de este planeta.
Juan Goñi.
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