Roble de Orkin - Ultzama, Navarra/Nafarroa
Peregrino del sol y de sus traviesos aleteos, sigo sus pasos
por el horizonte y entro sin darme cuenta en ese territorio que llamamos otoño.
El otoño, la estación de los ojos que miran, que dijo el poeta, reúne bajo sus
alas a juglares y a paisajistas, y los conmueve, y los agita, y los hiere.
Porque bajo su manto es más profundo el silencio y la nostalgia; porque tras su
piel dorada se esconde la sabiduría del desconcierto; porque el otoño es síntesis
y meta de todo lo que ocurrió antes.
El otoño es la ternura, es la dulce madurez, es el sosiego
por fin atrapado. El otoño es la pacífica aceptación del propio acabamiento, porque
el otoño nació para que el mundo se pose suavemente en el invierno. El otoño es
el encarnado templo del tiempo, la lucidez de la sabiduría, la prudencia con
pasión, la reflexión y la enjundia, el
entusiasmo ante la precisa decadencia, el florecimiento de los cimientos y la
lozanía de las emociones.
A los montaraces hijos de la arboleda, sobre todo a aquellos
que frecuentamos el bosque caduco, se nos ruboriza la piel del alma, el aliento
se nos torna en canción y la mirada comulga como nunca con el color y sus matices.
La poesía inunda nuestros tímpanos a cada paso, y dejamos tiradas las gastadas
cortezas, que antes nos guarecieron de arañazos y fatigas, para sacar al viento
nuestra más delicada fragilidad. En el encogimiento de nuestras defensas está
la fortaleza del sentimiento. En la memoria del propio otoño arraiga la euforia
ante la belleza por doquier.
El otoño es una primavera que florece hacia adentro. Es la gestación
de los silencios invernales. Porque el otoño es el coito pacífico y delicado,
que tras el sigiloso embarazo del invierno, dará vida a la vivaz primavera de
mis paisajes y mis mundos.
Ahora llueven promesas de infinitud en la arboleda enrojecida.
Las bellotas, los hayucos, los frutos del sol veraniego son la simiente de los
verdes del mañana. La Madre Tierra abre ahora de par en par su vientre y recibe
esta lluvia de esperma vivaz. Y así la eternidad se detiene y reposa de nuevo en los confines del bosque. Y
así, el Hijo de la Arboleda entiende que el tiempo es la caricia que dibuja las
arrugas en las que se hospeda nuestra lucidez.
Dejar de tenerle miedo al Tiempo. Eso es, en definitiva, el
otoño.
Juan Goñi
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