No me canso de verte tan guapa, con esa elegancia que dan
los años, con la sabiduría de dos siglos impregnando tus recovecos, con la majestuosa
sencillez de tus silencios eternos.
Minutos que bajo tus
ramas vagabundean, deteniéndose de cuando en cuando, traspasando la eternidad
de un instante, cuando despaciosa te desnudas. Admiración casi perpetua en mis
ojos que te miran y te admiran. Asombro y entusiasmo, a borbotones. Y salir de mí…
y posarme en tus entrañas… y cantarte un trino al oído… y jurarte amor eterno.
Alejarme y sentir tu adiós tras el recodo. Y, al tiempo,
volver a ti que me aguardas tan quieta, tan desnuda, tan madre, tan sola. Y
antes de alojarme entre tus ramas, sentir tus brazos que se abren para abrazar
mis añoranzas.
Hoy, de nuevo hoy, ofreces tu seno maternal a los huérfanos
de esperanzas. Hoy, también hoy, en tu quieta serenidad de matriarca, eres el mástil
al que nos aferramos los que, como yo, ansiamos no caer en el vacío.
Amor eterno a tu serenidad de lapsos infinitos, fuste y
puntal, belleza adormecida de la Madre Mía. Vuelvo a tu seno. Algún día será
para siempre.
Juan Goñi
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